miércoles, 8 de noviembre de 2017

Pena capital (micro)

Desde siempre he tendido a darle vueltas al concepto de justicia, en un plano más bien filosófico. Hasta qué punto alguien es culpable, hasta qué punto es inocente, quién es el último responsable de que ocurra un crimen… ese tipo de cosas.

Tengo por ahí redactados varios textos sobre esos temas, incluso relativamente largos, aunque es difícil escribir algo extenso y que no parezca demasiado maniqueo (es lo que hemos hablado a veces de no permitir que la ideología gobierne la narración). Por eso estos conceptos quedan mejor plasmados en microrrelatos, donde puedes conservar la abstracción de situaciones generalizables y personajes simbólicos.

El objetivo con este era no pasarse de quinientas palabras y son 442, así que por ese lado cumple. Espero que os guste el resultado.

Pena capital

Los policías le condujeron hasta una pequeña sala de la jefatura. Delante del escritorio sólo estaba la silla libre en la que le conminaron a sentarse. Al otro lado, bajo la luz de una lámpara de mesa, había un hombre de aspecto poco amistoso que leía una ficha en alto con voz átona. Tardó unos segundos en reconocer que eran su datos personales: nombre, número de identificación y dirección actual.

—¿Son correctos los datos? —preguntó el tipo.

—Sí, sí —contestó ansioso—, pero no entiendo por qué me han detenido.

El hombre del otro lado, al que los agentes se habían dirigido como comisario, se arrellanó en su butaca.

—Es en relación con el caso de la pareja del lago —explicó, y como su interlocutor no parecía entender, añadió—: El crimen.

—¿Cómo? Ah, sí, lo recuerdo, salió en la tele. Pero le juro que no tuve nada que ver, soy un ciudadano honrado. Además, ¿no pillaron ya al que lo hizo?

—Algo así. Un sospechoso fue acusado, juzgado y declarado culpable. Fue ejecutado hace dos semanas. —Se tomó unos segundos antes de continuar—. Pero ahora se han descubierto pruebas que demuestran su inocencia.

—Vaya, ¿y se ha reabierto la investigación? —conjeturó el detenido—. Pero le repito yo no he matado a nadie, señor comisario. ¡Si hasta fue en otra ciudad, nunca he estado allí!

—Lo sé. No es el crimen del lago el que nos ocupa hoy.

Ahora sí que no comprendía nada. ¿Para qué estaba allí entonces? Se volvió hacia los agentes que permanecían a su espalda en busca de un gesto de apoyo, pero no lo halló.

—No entiendo… —balbució.

—Bueno, una persona fue ejecutada por un delito que no había cometido —dijo el comisario—. Eso es un asesinato, ¿no le parece? Y la ley es muy clara al respecto: los colaboradores necesarios deben recibir la misma pena que los autores materiales.

—¿Colaborador necesario? ¿Quiere decir como un cómplice? ¡Pero soy inocente, no he hecho nada malo!

El comisario agitó un papel que había tenido todo el tiempo delante sobre su mesa, lleno de líneas manuscritas y garabatos.

—Tengo aquí la prueba incontrovertible de lo contrario. Usted consignó una petición para que la pena de muerte fuera reinstaurada, como finalmente se hizo. Eso es colaboración necesaria.

Le puso delante la hoja. Sí, él había firmado para que aprobaran esa ley, pero…

—Yo… pensé… como mucha otra gente…

—En efecto, vamos a tener mucho trabajo estas semanas. Venga, lleváoslo.

Los mismos agentes que lo habían traído hasta allí le cogieron de los brazos y los arrastraron al calabozo, ajenos a sus gritos, mientras el comisario hacía pasar al siguiente.

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